Festejo del Año Nuevo del Sur: faltó la alegría
Con dos funciones en el Teatro Independencia, el festejo del Año Nuevo del Sur trajo poca fiesta. Por momentos, fue tan aburrido y silencioso que podíamos olvidar que se trataba de una celebración.
"¡Qué pretencioso!" pensé cuando vi que este año la celebración del solsticio de invierno tendría dos funciones en el Teatro Independencia. Así que, a sala casi llena el sábado y con un buen número el domingo (más de 400 personas) lograron derribar el mal augurio, y la buena convocatoria pudo presenciar y recibir el nuevo año.
La fila para entrar al teatro ponía los colores que el frío del domingo al atardecer se encargaba de descender. Entre tonos naranjas y violetas se entrelazaba un cordón humano de armonía cromática. Desde ponchos, chales y camperas hasta cabelleras que lucían esos colores, solo se permitía que algo de color plateado de algunas barbas y peinados largos se mostrara.
Como una forma de vestir fuera la misma de vivir, los que asistieron al teatro el fin de semana pasado sabían con certeza que la ofrenda a la tierra se hace de esa manera: bajo un mismo deseo y en comunidad, festejar el Año Nuevo del Sur.
El espectáculo es la continuidad de una idea original del recordado músico Valdo Delgado. Se trata de agradecer, celebrar y dar todo lo que la tierra nos ofrece. La Pachamama como protagonista y la comunidad huarpe en el papel principal de una conexión que se prende a través de la música y algunos rituales para dar inicio al nuevo año.
Con un espectáculo y un guion que conduce al ritual por los caminos de nuestros ancestros, la celebración tiene un fuerte mensaje de querencia, de valoración y de posesión de lo nuestro.
Aferrarnos a nuestras raíces, reconocer lo que le damos y lo que nos devuelve, y prepararnos con alegría para el nuevo comienzo es el centro de la fiesta. ¿Fiesta? Bueno, algo así. La música y las canciones por momentos se volvían letanías impuestas. En ningún momento el público ovacionó como deseo irrefrenable de aprobar lo que estaba viendo. Fueron escasos los momentos de aplausos casi guionados cuando terminaba un cuadro.
No fue precisamente un clima de celebración de lo nuevo, de celebrar la tierra y, sobre todo, el agua que hizo protagonista a nuestra Laguna de Guanacache después de diez años de sequía. Un momento que podría haber sido ponderado, destacado y agradecido.
Por espacios entre el silencio, la música y el guion tal vez escaso de palabras, la fiesta se volvía una misa tan protocolar que lo hacía aburrida.
Pero si nos quedamos con la despedida, esa que tardaba en llegar, fue con la Banda de los Sikuris tocando en el hall del teatro, en medida, lo más acertado. Pero claro, el camino recorrido para llegar a eso fue casi dos horas de una tenue celebración.
En este lado del mundo, respirando el frío helado que desciende de las montañas, entre el barro presente de la laguna, la tierra siempre fértil y los colores de los tejidos que abrigan la piel, paso una edición más de la celebración del Año Nuevo del Sur. Esperemos que nuestros ancestros y los dioses comprendan que, a veces, la alegría está algo contenida.
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