Rodrigo Lussich: los detalles de una infancia difícil
El conductor de "Socios del espectáculo" habló en una entrevista íntima con Teleshow y contó como hizo para sobrevivir desde muy chico en comunidades hippies, entre nómades y nudistas.
En una charla a solas con Teleshow, Rodrigo Lussich habló sin dejar ningún detalle afuera y contó cómo fue su infancia en una familia donde, el hipismo era su estilo de vida y el nomadismo lo único que conocían. Según el conductor, su niñez, "aunque muy desordenada", ha resultado "el mejor entrenamiento para lograr que los cachetazos de la vida dolieran menos".
Nació en Montevideo, Uruguay, el 30 de noviembre de 1972. Charo Pérez (72) y Gustavo Lussich (74), sus padres, tenían 16 y 18 cuando se conocieron en la Escuela de Arte Dramático. Un año después se casaron. Al siguiente llegó Fernanda (53), cuatro más tarde recibieron a Rodrigo y antes de que él cumpliera cinco, se separaron.
"Llegamos a vivir hasta en una casa tomada en el barrio de Pocitos", recuerda Lussich. "Tenía dos pisos, estaba hecha pelota y llena de gatos. Para entonces, mi vieja ya tenía otra pareja, que a su vez era amigo de papá. Y papá tenía una novia que era amiga de mamá. Yo pasaba el día subiendo y bajando del sector de uno y de otro", recuerda. Así conoció la vida en comunidad, "el sentido de amor libre y el de la hermandad".
Su padre ya había dejado atrás la vida en Uruguay cuando llevó la familia a Brasil. "Si no era Florianópolis, era Río, Sao Paulo, Porto Alegre o Bahía. Pero era en Brasil donde estaba la zanahoria que ellos perseguían, esa libertad que los obsesionaba", cuenta. "Yo creo que a mis viejos les costó romper el vínculo que había entre ellos. Les fue difícil separarse desde el punto de vista clásico. Aún había cierto enganche y por eso decidían vivir así de mezclados", analiza.
"Esas segundas relaciones de cada uno de ellos, si bien dejaron hijos, fueron breves. Recién con sus terceros matrimonios pudieron establecerse hasta el día de hoy. Y finalmente se soltaron. Él pasó por Córdoba hasta radicarse en Florianópolis, donde reside. Y ella, primero en Rafaela (Santa Fe) y luego en Pilar (Buenos Aires)", detalla.
Luego, analiza cómo fue su relación con el nudismo, con una anécdota que tiene como personaje principal a su madre. "Ella se había entregado al nudismo", cuenta Rodrigo. "Ya vivía con otro señor y había tenido otros hijos, además de mi hermana Jacinta, cuando la visitamos en su cabaña cerca de una cachoeira (catarata), en Florianópolis. No voy a olvidar jamás su recibimiento", anticipa.
"La vi bajar del morro. Feliz, sonriente, totalmente desnuda, con los brazos abiertos y pelo, mucho pelo púbico, en brazos y en axilas. Una imagen muy fuerte para un chico, ¿viste?", relata Lussich. "Uno piensa: ¿Con qué necesidad, no? Pero así andaban todos", reflexiona.
Acerca de la vida nómade a la que lo arrastraban sus padres, asegura: "A cada despedida seguían semanas y semanas de viaje hasta llegar a destino. Haciendo dedo. Parando en plazas. Trepando a camiones y colectivos. Naturalizando el hecho de hacer nuestras necesidades detrás de las rocas y sorteando cuestiones de salud, del modo en que podíamos".
"Estábamos todos infectados. Tuvimos que quitarnos esos bichos con agujas esterilizadas y fue dolorosísimo", explica en referencia a una vez que debieron combatir el "bicho da pé" (una pulga que penetra la piel de los pies).
"En fin, siempre nos íbamos a vivir a algún lugar. Y siempre volvíamos porque nos cagábamos de hambre", continúa. Y agrega, "En una oportunidad tardamos seis meses en llegar de San Salvador de Bahía. Claro, íbamos parando en cada pueblo intentando juntar algo de guita para continuar el trayecto, pero además había que morfar".
Y recuerda, "En Uruguay, el resto de la familia, pensaron lo peor. Con el correr de los días, y sin noticias, nos dieron por muertos", recuerda. "Jamás voy a olvidar el día que regresamos a Montevideo: ¡todos nos abrazaban como si hubiésemos vuelto del más allá!", rememora.
Se educó "yendo y viniendo", en portugués y en español, pero nunca dejó el colegio. A los 13 años fue vendedor ambulante en San Miguel. "Mi vieja preparaba el café más rico que puedan imaginarse y salíamos a venderlo por las calles del Oeste", cuenta. "A mí me tocaba el turno de la tarde, porque durante la mañana intentaba terminar séptimo grado. Ese fue mi primer trabajo, sin sueldo, claro. Todo iba a un pozo común que nos permitía sobrevivir", dice.
Rodrigo habla de los tíos de su madre, Lidia y Joaquín, a quienes adoptó como abuelos, llamándolos Yaya y Titito. "No habían tenido hijos, pero sí varios prejuicios que afrontar", relata. "Él era ciego y fue por eso que la familia de ella siempre se había opuesto a que estuvieran juntos. Músico y maestra. En su casa sobraban historias y fantasías", cuenta. "Los primeros programas que conduje en mi vida fueron en su living. Yo emulaba a Andrés Percivale, por entonces mi gran referente, mientras Titito me acompañaba con su piano", rescata.
"Adoraba estar con ellos. Adoraba las sobremesas con tertulias musicales. Las novelas con mi abuela. En fin, ese espíritu de juego permanente que encontraba ahí y que, hasta al día de hoy, imprimo en todo lo que hago. Ese espíritu que, en definitiva, me devuelve siempre a ese momento tan lindo de mi vida permitiéndome seguir siendo yo mismo", señala.
En relación a sus padres, Rodrigo explicó que ya de grande, viviendo en Buenos Aires y trabajando de lo que le gusta, decidió dejar el pasado atrás. "Y sí, finalmente uno perdona", revela Lussich. "Mis viejos fueron tipos hermosos, cariñosos, dadores, tal vez demasiado amigos de sus hijos, y esos matices amortiguaban los golpes. Nosotros éramos sus compañeros en esa aventura del 'ir probando' a la que se subían. Casi partes de ese paisaje", explica.
"A la distancia, voy encontrándole una narrativa más poética, más blanca, más divertida, si se quiere, a la historia. Y no solo es una manera de asimilarla o digerirla, sino también de perdonar", dispara. "Al crecer, uno desarrolla empatía. Y con el tiempo yo entendí que ellos resolvieron la vida como pudieron, en su contexto y con las historias que traían consigo. Y esto que digo no es para librarlos de nada, sino para liberarse uno y no quedar atrapado en lo negativo", dice.
"Hace poco llegué a casa y desde el ascensor escuché las carcajadas. Ahí estaban los dos, separados desde hace 45 años y después de tanta historia, sentados en mi sofá, tomando mate y cagándose de risa. Entonces los miré sin decir nada y pensé: '¿Podría asegurar que han hecho todo mal?'", concluye.